Resumen
Este libro, escrito por Jiddu Krishnamurti en 1953 es un abrebocas muy interesante para la educación moderna. Plantea una reflexión sobre «qué» es la educación y qué significa para el docente como para el estudiante.
En su disertación J. Krishnamurti advertía que el sistema de educación se ha convertido en un instrumento que dificulta el pensamiento independiente y fomenta un temor generalizado a ser diferente y a no seguir las estructuras sociales; en otras palabras, incentiva el miedo a pensar fuera de la norma —una norma profundamente arraigada en la autoridad y la tradición—. Por lo general, se entiende la formación del individuo como un medio para alcanzar honores, reconocimientos o una mejor posición en la sociedad; de hecho, muchos padres se centran exclusivamente en que sus hijos obtengan las mejores calificaciones y promedios, en vez de potenciar el que realmente se adquiera el conocimiento.
La educación, en palabras de J. Krishnamurti, no cultiva una visión integral de la vida porque no hay una inclusión entre el pensamiento y el sentimiento. Una formación de ese estilo fomenta la «perversión del pensamiento»; por supuesto, no se hace alusión con dicha expresión únicamente al trastorno de personalidad perversa o narcisista, más bien define la corrupción de la esencia humana mediante el temor y los pensamientos doctrinales fanáticos —como el amor a la guerra, a la patria o a las divisiones sociales—.
¿Por qué argumenta algo tan severo Krishnamurti? Para él, la educación ha creado «pensadores consecuentes»: pensadores que se ajustan a una norma, que repiten frases y piensan rutinariamente o de manera automática. Es cierto que en su texto no afirma explícitamente que la educación actual genere ese tipo de comportamientos —amor a la guerra, a la patria o las divisiones sociales—; más bien deja entrever que no crea los espacios necesarios para impedirlos. Está demasiado ocupada enseñando recetas, fórmulas y títulos vacíos, mecanizando el pensamiento en lugar de generar verdadera inteligencia.
El sistema educativo se ha centrado demasiado en la técnica y eso destruye al hombre porque no le permite ver más allá de una realidad ni comprender la totalidad de la vida. Como lo expuso Krishnamurti: «El hombre que sabe desintegrar el átomo, pero no tiene amor en su corazón, se convierte en un monstruo. […] La verdadera educación, al mismo tiempo que estimula el aprendizaje de una técnica, debe realizar algo de mayor importancia: debe ayudar al hombre a experimentar y a sentir el proceso integral de la vida».
Educar se convierte, por lo tanto, en una tarea que requiere formularse con firmeza los propósitos y sentidos de la educación. Se habla con frecuencia sobre la «verdadera» educación y muchos han aportado su perspectiva filosófica al respecto. Para J. Krishnamurti, la verdadera educación es aquella que capacita al individuo para ser maduro, libre, y con valores sólidos. La verdadera educación la reduce a un principio: «no educar para ser técnico, más bien, para ser humano»; sin embargo, reconoce que esa idea es algo peligroso porque atenta contra los gobiernos y las instituciones religiosas que han monopolizado la educación y buscan el poder sobre la misma para imponer sus ideales. Esto, en su perspectiva, constituye ya un atentado a la libertad, pues coloca el sistema y el método por encima del individuo.
En los sistemas actuales de educación se toma al estudiante como un objeto mecánico, que se configura y desconfigura con facilidad; seguir un sistema sería precisamente eso; no seguir un método permitiría ver al estudiante como un ser vivo, pensante, voluble, miedoso, sensible y afectuoso; como un todo. En los métodos, la disciplina toma un papel predominante con premios y castigos, «buenas notas y malas notas». Ese esquema embota la mente porque condiciona qué se aprende y qué no. Los castigos no permiten la creatividad y anula las preguntas, cuando debería ser lo contrario: el estudiante tendría que sentirse motivado a preguntar, investigar y buscar la verdad, no solo aceptar lo que dicta un libro.
La educación debe ser el lugar que permita el descubrimiento de la vocación del estudiante; además, debe ser el espacio que integre el proceso total del ser, es decir, mente y corazón. La transformación del individuo.
Una de las ideas más poderosas del autor es que «muchos de nosotros creemos que enseñándole a cada ser humano a leer y escribir quedan así resueltos los problemas de la humanidad; pero ya se ha probado que esta idea es falsa». La verdadera educación es, en cambio, el despertar de la inteligencia y de una vida integral. Tampoco consiste en educarse para el futuro, porque «la eternidad es ahora, nuestros problemas existen en el presente y es solo en el presente cuando podemos resolverlos». Para Krishnamurti, la educación nos ha dejado repletos de citas ajenas, sin procesos creativos propios. Ha cultivado intelecto, pero no inteligencia.
La diferencia es crucial: el intelecto piensa sin la emoción, mientras que la inteligencia une razón y sentimiento. La educación moderna, entonces, debe dejar de privilegiar únicamente el intelecto y sumar también la inteligencia. No debemos perpetuar un sistema que favorece lo superficial y que impide al ser humano conocerse a sí mismo.
Análisis
Hoy podemos reconocer que muchos de los problemas que Krishnamurti mencionaba en su texto original siguen presentes en la educación contemporánea. En términos generales, su crítica puede resumirse en varios puntos:
- El miedo a ser diferente. La educación tradicional fomenta la conformidad y penaliza a quienes no siguen las normas sociales, generando un temor constante al error o a la diferencia.
- El énfasis en el reconocimiento. Más que promover el conocimiento auténtico, se busca que el estudiante obtenga títulos, honores y prestigio social.
- La división entre pensamiento y sentimiento. La educación no fomenta un desarrollo integral, pues separa la razón de la emoción.
- La perversión del pensamiento. Entendida no como patología, sino como corrupción de la esencia humana a través del temor, el fanatismo o el amor desmedido a la patria, la guerra o las divisiones sociales. En otras palabras, se pierde la capacidad de reflexionar críticamente sobre la sociedad.
- La creación de “pensadores consecuentes”. Individuos que repiten frases y piensan de manera automática, sin espacio para la reflexión genuina.
- El exceso de énfasis en lo técnico. Al enfocarse exclusivamente en la técnica, la educación fragmenta al ser humano y le impide comprender la totalidad de la vida.
- La diferencia entre intelecto e inteligencia. El intelecto, según Krishnamurti, es un pensamiento desligado de la emoción, mientras que la inteligencia une razón y sensibilidad.
- La verdadera educación. Debe ser capaz de unir mente y corazón, estimular la reflexión, la libertad y la madurez; en palabras del propio Krishnamurti, se trata de “educar para ser humano, no para ser técnico”.
La lectura que se puede hacer de Krishnamurti nos obliga a preguntarnos si, en la actualidad, su pensamiento sigue vigente. La respuesta es evidente: sí lo sigue siendo. Aunque su obra se escribió en 1953, marcada por un fuerte componente religioso y filosófico, también estuvo atravesada por un contexto de posguerra con tensiones sociales y políticas profundas.
1. El contexto de 1953
En aquel momento, el mundo estaba inmerso en la Guerra Fría. Estados Unidos había detonado su primera bomba H en 1952, y en 1953 la Unión Soviética anunció la suya.
La posibilidad de una aniquilación masiva impregnó la cultura y la escuela con discursos de seguridad, obediencia y técnica. Además, la Doctrina Truman reforzaba la necesidad de pensar de manera “correcta”, de seguir lineamientos políticamente aceptables. Quien se apartaba corría el riesgo de ser catalogado como comunista o socialista, lo que representaba un peligro para la época.
Hubo una verdadera “caza de brujas”: el miedo a pensar diferente se instaló en la sociedad, en los sistemas educativos y en la vida intelectual. Paralelamente, el conductismo dominaba la pedagogía. Las teorías de Skinner consolidaban la idea de que la conducta podía ser controlada mediante estímulos, respuestas y refuerzos externos. Se buscaba un rendimiento observable, un aprendizaje técnico más orientado a operar que a pensar.
2. Educación técnica vs. pensamiento libre
En este escenario, la educación se convirtió en un instrumento al servicio del tecnicismo. Se requería mano de obra que supiera ejecutar órdenes, más que ciudadanos capaces de reflexionar libremente. El modelo prusiano, con su énfasis en la disciplina y la obediencia, se consolidó como el paradigma dominante. Y, sin embargo, ya antes de Krishnamurti, hubo voces críticas.
- John Dewey (1916): defendía que la educación debía ser una experiencia democrática. La escuela era un laboratorio de vida, un espacio donde se vivía la democracia en el presente, no una simple preparación técnica para el futuro.
- Paulo Freire (1970): denunció la “educación bancaria” y abogó por una pedagogía problematizadora y liberadora, fundada en el diálogo y la conciencia crítica frente al miedo y la memorización.
- María Montessori (1949): propuso que el niño aprendiera en libertad, con atención y sensibilidad, siempre que el ambiente respetara sus ritmos. Rechazaba los métodos rígidos y apostaba por cultivar la observación atenta.
Estas propuestas coincidían con Krishnamurti en un punto central: la educación debía trascender la técnica y abrir espacio a la conciencia y a la libertad interior.
3. Vigencia contemporánea de sus postulados
En el mundo actual, los postulados de Krishnamurti encuentran eco en debates educativos recientes:
- UNESCO (2021): planteó un “nuevo contrato social para la educación” basado en la justicia, el bien común, la sostenibilidad y el aprendizaje a lo largo de la vida. Se desplaza así la escuela de la utilidad técnica hacia una vida íntegra y relacional.
- OCDE (2021): con el proyecto Beyond Academic Learning, subrayó la importancia de las habilidades socioemocionales: autogestión, empatía y apertura. Se reconoce que no basta con el intelecto; se debe valorar también la inteligencia emocional.
- Gert Biesta (2021): con su teoría de la subjectificación, defendió que la educación no es solo cualificación ni socialización, sino que debe ayudar a cada individuo a llegar a ser alguien ante el mundo, con atención y responsabilidad.
- Susan D. Blum (2020): propuso reducir o eliminar las calificaciones numéricas para recuperar la motivación intrínseca, el diálogo y la retroalimentación auténtica, en sintonía con la crítica de Krishnamurti al sistema de premios y castigos.
- Yong Zhao (2021): defendió un aprendizaje “sin fronteras”, rompiendo las limitaciones del currículo tradicional y favoreciendo la personalización y la autodirección.
Todas estas corrientes actuales siguen intentando nombrar aquello que Krishnamurti llamaba inteligencia: una manera de estar en el mundo donde pensar y sentir no se separan, y donde educarse significa volverse plenamente humano.
4. La educación y los desafíos actuales
Hoy, la llegada de la inteligencia artificial y la hiperconexión digital replantean aún más el propósito de la escuela. Con herramientas capaces de producir investigaciones, ensayos o tesis, ¿para qué se educa? Aprender ya no significa simplemente acumular conocimientos, pues el conocimiento está disponible en cualquier lugar.
Aquí es donde la reflexión de Krishnamurti cobra fuerza: la finalidad de la educación no es la acumulación de información ni la obtención de títulos, sino ayudar al ser humano a comprenderse a sí mismo y a vivir en plenitud.
No obstante, surge un dilema inevitable: ¿qué ocurre con la parte técnica? El mundo necesita personas capaces de operar sistemas, diseñar soluciones y desempeñar profesiones específicas. La educación no puede reducirse al tecnicismo, pero tampoco puede ignorarlo. El desafío, como señalaba Krishnamurti, es integrar ambos componentes: lo técnico y lo humano, lo específico y lo holístico.
Un ser humano que sabe desintegrar el átomo sin conciencia de sí mismo —decía Krishnamurti— se convierte en un monstruo. Por eso, la gran tarea de la educación hoy es conjugar el conocimiento técnico con la formación humana, de modo que la inteligencia artificial, lejos de sustituirnos, sea una herramienta que complemente nuestro desarrollo.
Valoración personal
Como alguien que ha estado profundamente interesado en la educación desde hace mucho tiempo, la lectura de este libro me resultó especialmente gratificante. Procedo de Colombia, donde ser docente bilingüe no es una profesión bien remunerada. Por eso, las reflexiones de Krishnamurti me tocaron de cerca: él habla también de la frustración que trae consigo la educación cuando se ejerce con pasión, como una vocación noble y necesaria para la sociedad, pero que a menudo no es reconocida ni valorada como debería serlo.
En mi experiencia, lo que lleva a una persona a dedicarse a la docencia suele ser el amor por la enseñanza y la convicción de que educar es de vital trascendencia, no solo para un individuo, sino para toda la humanidad. Sin embargo, en el ámbito de las academias de idiomas en Colombia, esta vocación se ve con frecuencia sofocada. Los docentes están condicionados a seguir sistemas estrictos, metodologías fijas, formas de hablar preestablecidas y estructuras rígidas que no dejan espacio a la libertad de cátedra. Esto, como lo señala también la investigación educativa, ha sido uno de los grandes problemas del magisterio: la poca autonomía de los maestros.
Krishnamurti decía que era mejor apartarse de estos sistemas, porque dentro de ellos nunca se encuentra una verdadera satisfacción. La educación masificada —concebida como negocio más que como servicio humano— termina vaciando de sentido al trabajo docente. Y si nos movemos al ámbito público, la frustración se agudiza: aulas con más de treinta estudiantes imposibilitan atender necesidades individuales, generando un conocimiento frío, superficial y metodologías generalizadoras que matan el entusiasmo.
Antes de leer este libro, confieso que me sentía desanimado, incluso pensaba que quizá la docencia no era lo mío. Sin embargo, la lectura de Krishnamurti me hizo comprender que sentir esa inconformidad era, en realidad, un signo de que me apasiona la educación. Hay docentes que ejercen solo por sobrevivir, lo cual es comprensible, pero si el único objetivo es el sustento, se pierde el amor por enseñar y, con ello, la efectividad de la educación.
El eje central de la enseñanza insiste Krishnamurti es el amor. No se puede educar sin amor. Cuando esta falta, la educación se convierte en puro tecnicismo: en obediencia, en rigor vacío, en una nota más dentro de un sistema. Por eso, él propone crear escuelas pequeñas, cercanas, con pocos estudiantes, donde lo importante no sea la cantidad sino la calidad del aprendizaje. Una educación donde el vínculo entre docente y estudiante sea real, y donde enseñar no implique renunciar al afecto ni al entusiasmo.
Esta idea me parece vital. Los gobiernos podrán modificar la educación con reformas que la mejoren o la empeoren, pero al final, quien ejecuta la educación es el docente. Y allí surge la pregunta: ¿qué queremos ser? ¿Un profesor que repite fórmulas? ¿Un docente que transmite contenidos? ¿O un maestro que acompaña procesos vitales? En este punto, Krishnamurti se convierte en un aliciente para no rendirse, para reafirmar que la docencia verdadera debe ser firme, integral y humana.
El problema de fondo, sin embargo, es que la educación contemporánea se ha convertido en un negocio. Lo que más se busca hoy no es el conocimiento, sino el título. Muchos estudiantes dicen: “el conocimiento lo adquiriré en el trabajo, lo único que necesito es un diploma que me abra las puertas”. De allí surgen universidades aceleradas que prometen carreras en 10, 15 o 20 meses, pero que rara vez forman para comprender la sociedad actual.
El resultado es evidente: quienes se gradúan sin una formación amplia y holística quedan rápidamente obsoletos. La pandemia lo demostró, y la irrupción de la inteligencia artificial lo confirma. Hoy, herramientas como ChatGPT pueden producir investigaciones, tesis o respuestas elaboradas en cuestión de minutos. Entonces, ¿qué sentido tiene reducir la educación a la simple transmisión de información? La acumulación de conocimiento ya no es suficiente.
Aquí el pensamiento de Krishnamurti vuelve a iluminar: la educación debe ser un proceso integral que permita al ser humano conocerse, pensar de manera divergente y desarrollar sensibilidad ante la vida. La técnica es necesaria, sí, pero si se queda sola, produce monstruos capaces de desintegrar el átomo sin comprender el amor. La verdadera educación debe conjugar el conocimiento técnico con la formación humana, para que no seamos meros operadores de sistemas, sino seres capaces de pensar, sentir y transformar el mundo.
Conclusión
La lectura de La educación y el significado de la vida confirma que la finalidad de educar no es producir técnicos eficientes ni acumular títulos, sino acompañar a cada persona en el conocimiento de sí, en la integración de pensamiento y sentimiento, y en el cultivo de una inteligencia capaz de comprender la vida en su totalidad. Frente a un sistema que premia la obediencia, la estandarización y el rendimiento medible, Krishnamurti propone una educación que libere del miedo, favorezca la indagación y restituya el lugar del amor como centro del acto pedagógico.
Esta visión, nacida en la posguerra, sigue vigente en un presente hipertecnificado y mediado por la inteligencia artificial: si la escuela reduce su misión a transferir información, nos vuelve operarios hábiles pero ciegos; si, en cambio, conjuga formación técnica con profundidad humana, habilita sujetos capaces de pensar, sentir y responder con responsabilidad ante el mundo. De allí la urgencia: recuperar espacios educativos pequeños, vínculos reales y la autonomía docente para que cada estudiante descubra su vocación, desarrolle criterio propio y practique la libertad. Educar, en suma, es formar seres humanos plenos: «no para ser técnicos, sino para ser humanos».
Referencias
- Biesta, G. (2021). World-centred education: A view for the present. Routledge. https://doi.org/10.4324/9781003138861
- Blum, S. D. (2020). Ungrading: Why rating students undermines learning (and what to do instead). West Virginia University Press.
- Dewey, J. (1916). Democracy and education: An introduction to the philosophy of education. Macmillan.
- Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
-
Krishnamurti, J. (1953). Education and the significance of life. Harper & Brothers.
(Ed. en español: Krishnamurti, J. (2004). La educación y el significado de la vida (Trad. D. Subirana). Editorial Kairós). - Montessori, M. (1949). The absorbent mind. Holt, Rinehart and Winston.
- Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). (2021). Beyond academic learning: First results from the Survey of Social and Emotional Skills. OECD Publishing. https://doi.org/10.1787/92a11084-en
- UNESCO. (2021). Reimaginar juntos nuestros futuros: un nuevo contrato social para la educación. UNESCO. https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000379381
- Zhao, Y. (2021). Learners without borders: New learning pathways for all students. Corwin Press.